Esta pregunta ha cobrado mayor importancia a medida que la cultura pop atrae y los cristianos posmodernos muerden el anzuelo. Demasiadas iglesias modernas siguen una dieta nociva de cristianismo de comida rápida: mucho en apariencia y muy poco en sustancia. Una iglesia sana es aquella en la que se venera a Dios, se realiza la unidad y el discipulado es una realidad experimental.
LITURGIA CENTRADA EN DIOS. El primer signo de una iglesia sana y equilibrada es el compromiso de adorar a Dios mediante la oración, la alabanza y la proclamación. La oración está tan inextricablemente entretejida en el tejido de la adoración que sería impensable tener un Día del Señor sin ella. Desde el comienzo de la Iglesia cristiana primitiva, la oración ha sido un medio primordial para adorar a Dios. Jesús mismo marcó la pauta de la oración cuando enseñó a sus discípulos a orar: “Padre nuestro que estás en los cielos”. (Mateo 6:9 LBLA).
La alabanza es igualmente un ingrediente clave de la adoración a Dios: “alabad a Dios en su santuario” (Salmo 150:1). Pablo instó a la iglesia de Éfeso a “hablar entre vosotros con salmos, himnos y cánticos espirituales” (Efesios 5:19). En los Salmos—el himnario de la Iglesia primitiva—vemos un retrato impresionante de Dios, que es realmente digno de alabanza y adoración.
Además de la oración y la alabanza, la proclamación de la Palabra es vital para la liturgia en el culto a Dios. Pablo exhortó a Timoteo: “Dedícate a la lectura pública de la Escritura, a la predicación y a la enseñanza” (1 Timoteo 4:13). A través de la proclamación de la Palabra de Dios, Dios es honrado y los creyentes son edificados, educados y equipados. Es a través de la oración, la alabanza y la proclamación que nosotros, como creyentes, “somos edificados como casa espiritual para ser un sacerdocio santo, ofreciendo sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (1 Pedro 2:5).
UNIDAD. Una segunda señal de la salud de una iglesia es la unidad. Jesucristo ha roto las barreras de sexo, raza y origen que pueden dividir, y nos convierte en un solo cuerpo bajo el estandarte del amor. El comunismo pretendía convertir a los hombres en camaradas, pero Cristo nos convierte en un cuerpo. La unidad que compartimos como cuerpo de Cristo se manifiesta tangiblemente a través de la comunión, el credo y la contribución.
La comunión (la Eucaristía) es la principal expresión de nuestra unidad con Cristo y entre nosotros. Al participar todos de los mismos elementos, participamos también de lo que los elementos significan: Cristo, que nos une. Nuestra comunión en la tierra, celebrada a través de la centralidad de la Eucaristía, es un anticipo de la comunión celestial que compartiremos cuando los elementos den paso a la eternidad.
La confesión del credo común nos une en torno a la doctrina cristiana esencial. Estas doctrinas, codificadas en los credos y confesiones de la Iglesia cristiana, constituyen la base de nuestra unidad como cuerpo de Cristo. Marcan la línea que separa el reino de Cristo y el reino de las sectas. Podemos no estar de acuerdo en doctrinas no esenciales o secundarias, pero cuando se trata de la doctrina cristiana esencial, codificada en los credos, debe haber unidad: “En lo esencial, unidad; en lo no esencial, libertad; y en todo, caridad”.
La contribución de tiempo, talento y tesoro también demuestra la unidad en Cristo. Una iglesia sana y balanceada tiene la misión de “preparar al pueblo de Dios para obras de servicio, a fin de edificar al cuerpo de Cristo” (Efesios 4:12). Dios ha dado a cada uno de los miembros del cuerpo dones especiales para que los utilicen “para el bien común” (1 Corintios 12:7). Ningún ser humano es una isla. Muchos leños juntos arden con fuerza, pero cuando uno cae a un lado, sus brasas se apagan rápidamente.
ZONA DE DISCIPULADO. En la Gran Comisión, Cristo nos llama a hacer no sólo conversos, sino discípulos (Mateo 28:19). Un discípulo es un aprendiz o seguidor del Señor Jesucristo. El discipulado se demuestra a través del testimonio de nuestro amor, labios y vidas. Un secreto del crecimiento de la iglesia primitiva fue el testimonio de su amor. El amor de Cristo era tan contagioso que se extendió por el Imperio Romano como un reguero de pólvora. Jesús dijo: “Todos sabrán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros” (Juan 13:35).
El cristianismo del Nuevo Testamento también se caracterizaba por el testimonio de sus labios. El libro de los Hechos nos dice que el día en que Esteban fue martirizado, se levantó una gran persecución contra la iglesia de Jerusalén, y todos, excepto los apóstoles, fueron dispersados por Judea y Samaria (Hechos 8:1). Los que estaban dispersos predicaban la palabra dondequiera que iban. Si bien es cierto que no todo el mundo está llamado a ser evangelista, todo el mundo está llamado a evangelizar.
Estrechamente relacionado con el testimonio de nuestros labios está el testimonio de nuestras vidas. El aroma de Cristo residente debe caracterizar nuestra vida de tal manera que las personas se sientan atraídas por ella como las abejas por la miel. Si nuestras vidas contradicen el testimonio de nuestros labios, a la inversa arrastramos el nombre de Cristo por el lodo. El testimonio de nuestra vida y el de nuestros labios deben estar sincronizados.
Mi oración para ti y para mí es que cada día se nos recuerde el privilegio de estar vitalmente conectados a un cuerpo de creyentes sano y bien equilibrado: un cuerpo en el que se adora a Dios, en el que se experimenta la unidad y en el que el discipulado es una realidad experimentada. De hecho, tú y yo somos “pueblo escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9).
Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras;
no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre,
sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca.
Hebreos 10:24–25 LBLA
Para un estudio más profundo, véase Hank Hanegraaff, Truth Matters, Life Matters More: The Unexpected Beauty of an Authentic Christian Life [La Verdad Importa, La Vida Importa Aún Más: La belleza inesperada de una vida cristiana auténtica] (Nashville: W Publishing Group, 2019).